jueves, 26 de febrero de 2009

Valoración del Panetone

Me quedo bastante satisfecho con vuestros 29 votos, pero hay cosas en esta vida que no cuadran. Ya se sabe, los griegos atribuían todo lo irracional, lo que no tiene sentido, lo que depende del azar, al Destino. El hecho fortuito era una demostración de lo divino. El concepto de absurdo es bastante moderno y los existencialistas se han obsesionado con él. Es interesante que los cinco cachondos que han votado "Porque es bueno" reflexionen sobre eso. ¿Cómo os va a gustar el Panetone de los huevos? Bueno, en vez de atribuirlo a causas divinas, deduciremos que son unos risitas.
Estos cuatro que han votado "¿Qué es el Panetone"...No saben la suerte que tienen. ¡La ignorancia hace la felicidad, amiguitos bourbonianos! La verdad sea dicha, es mejor no saber qué es esa masa fantasmal y empalagosa que come cada día el Diablo.
A los ocho del "No sé, sólo le gusta a mi primo" haced reflexionar a vuestro primo para que cambie de tendencias, por favor. Yo también tengo uno al que le gusta y es más insoportable que la levedad del Ser.
¡¡Y la gran victoriosa y triumfadora de la noche es "Es la gran duda del siglo XXI"!!! Por supuesto que sí, que ésa es la gran duda, joder. Su éxito es algo completamente sin sentido. Y es que no hay nada más que decir al respeto.

sábado, 7 de febrero de 2009

Noveno capítulo de El hombre que ríe.

¡Al fin tenemos el capítulo nueve! Ya era maldita hora. Aquí también va a suceder alguna que otra sorpresita, como ya indica el título del capítulo. Dos muertes en un mismo día no pasan cada día.

EL HOMBRE QUE RÍE

Capítulo IX: Ojo por ojo, diente por diente.

La cabeza de Biggs se rompió en mil pedazos. Fragmentos de cerebro esparcidos por el suelo, un ojo aquí y otro allá; era un espectáculo dantesco.
-¡Un francotirador! –gritó la teniente- ¡Escondeos, rápido!
-No…No puede ser… -dijo acojonado Wedge- ¡Biggs! –y fue hacie él, pero el capitán lo detuvo.
-Idiota, te va a disparar a ti también.
-¡Déjame, capitán! ¡Joder! –gritó Wedge llorando impotente- ¡¡Mierda!!
-Esto se nos está yendo de las manos, teniente. –le dijo Filomena mientras agarraba a Wedge.

Por lo que respecta a los tres protagonistas, era el turno de llevar a cabo su plan de exterminar a los marineros rusos. Ya era de noche y se dirigieron hacia el barco. Los tres iban caminando muy motivados y de modo peliculero. El enano a la derecha, el hipopótamo a la izquierda y el protagonista en medio con una bolsa de plástico tapándole la cara. Las seis pisadas impactaban fuertemente con la madera, que no paraba de quejarse. Los rusos les estaban oyendo con impaciencia y ganas mientras un violín muy excitado tocaba una partitura rápida y violenta. La escena era tremenda.
Entonces, se desató la locura. Entre el llanto y la gloria, el enano y el hipopótamo destaparon el rostro del hombre. El violín cesó de golpe y la escena se quedó en un inmundo silencio que retumbaba en los corazones de todos. Era como si, de algún modo, el silencio fuera ruido aterrador que rugía hambriento. El cielo se puso a cantar unas pequeñas gotas de agua que chocaban vigorosamente contra la madera y el mar. Las cuatro cuerdas del violín se quebraron una tras otra; las piernas de los rusos empezaron a temblar y agudizaron el movimiento en cuestión de segundos. El capitán estaba absorto. A uno le explotó una oreja. A otro le estallaron los ojos, mezclando sangre y agua. A otro más se le reventaron las piernas y sucumbió al mar. Otro vomitó el hígado y el capitán, Yevgeriy Rusenko Mostovsjrata Partanov hijo, se disparó a sí mismo por no tener que ver a aquel hombre. A pesar de que eran ciegos, nada podían hacer con el tremebundo poder de fealdad del hombre, que todo lo transcendía. Sólo unos pocos seres como Dios (sólo el cristiano), el sol, los hipopótamos y la gente con cierto gen alterado podían soportarlo. Cualquiera podría sospechar que sería un arma útil para las guerras, pero eso sería demasiado sudado y le podrían mandar a tomar por el culo.

-¡Teniente! –gritó Filomena oculto en un punto ciego a unos metros de la teniente mientras agarraba a Wedge- ¿Qué hacemos?
-¡Estamos jodidos! –contestó- ¡Saca nuestro as!
-¿Estás segura?
-¡Sólo hazlo! ¡No tenemos alternativa!
Entonces el capitán se sacó una lámpara dorada con ornamentos asiáticos. Hizo un sorbo y la frotó suavemente.
-¡Eh, que no funciona! –gritó Filomena.
-¡Tienes que darle palmaditas, joder! –le contestó Bajirül embarazosamente.
-¿Cómo que palmaditas? ¿Dónde se ha visto convocar a un genio dándole palmaditas a una lámpara? ¡Como si fuera un culo…!
-¡Ya lo sé, idiota, ¿yo qué quieres que te diga?!
-Bueno, bueno…Vamos a ver… -dijo Filomena para sí, y le dio unas palmaditas a la lámpara como si de un culo se tratase. A causa de ello empezó a salir un humo azul que iba formando algo antropomórfico. Salió un genio calvo con unos gayumbos con dibujitos de zanahorias. La cosa no podía ser más ridícula.

-¡Olá! –dijo el genio- Vejo que estais em problemas. ¡Eu sou o génio dos gayumbos com dibujitos de zanahorias! –hablaba en un portugués horrible, como si le tradujeran en un traductor de Internet. Las palabras que no sabía, las dejaba igual- Tens três desejos. ¿Que queres que faça?
-¿Pero qué coño…? –se extrañó el capitán. ¡Teniente, este tipo habla portugués!
-¡Biggs sabía portugués…! –dijo llorando Wedge- ¡¡Biggs!!
-¡¿Es que sois imbéciles?! –gritó la teniente- ¡Incluso yo le entiendo desde aquí!
-Bueno… -dudó Filomena- vamos a intentarlo. Esto…¡Olá!
- Não faz falta que me fales português. Eu já te entendo. –dijo el genio portugués- Pede rápido os desejos, que me quero ir a duchar, que faço uma peste insuportável.
-¡Teniente! –gritó Filomena- ¡Creo que soy idiota!
-Joder… -renegó la teniente.
-Vinga, vinga, da-te pressa, que faço uma peste insuportável. –le dijo impaciente el genio.
-Esto…Sí. Bueno. Quiero que mates al francotirador ese de ahí. Se llama Smith, ¿sabes? Es muy mala gente. Va soltando tiros por ahí y…
-A mim me importa uma mierda o que ele faça. –respondió de manera borde el genio- Mato-o e marcho-me, pesado dos caralho.
Y entonces el genio se sacó un rifle de sus gayumbos de zanahorias y disparó audazmente. La cosa duró tan poco que no hubo tiempo ni para la emoción. El señor Smith, el padre del hombre que ríe, murió al acto.
-Que te dêem pelo cu, maldito pai dos ovos. –le dijo al señor Smith.
Después del disparo, los tres policías salieron de sus escondites más tranquilos.
-Este puto genio portugués es la hóstia. –dijo el capitán.
-Cállese, capitán. Dos hombres han muerto hoy. –le contestó la teniente- Podes-te marchar, génio. Obrigado. –le dijo al genio.
-¡Adeus! ¡Vou-me a duchar!
-¡Mierda, joder! –renegó Wedge- ¡La que habéis liado! ¡El tipo que habéis matado es el hermano gemelo del superintendente!
-¡¿Qué?! –exclamaron los dos a la vez.
Continuará...

O.o

Buenas, bourbonianos. Esta semana he estado realmente ocupado y todavía tengo el capítulo IX a medias. Supongo que mañana lo podré subir. ¡Disculpadme!

lunes, 2 de febrero de 2009

Octavo capítulo de El hombre que ríe

¡Muy buenas, bourbonianos! A partir de este octavo capítulo, El hombre que ríe no sigue como en la edición catalana del 2005. He preferido alargarlo y cambiarlo sustancialmente porque la cosa era demasiado homogenea, así que tendréis más primera temporada, y novedosa.
Esta vez los agentes de policía se encontrarán con una tensa y sangrienta situación. ¡Que lo disfrutéis!

EL HOMBRE QUE RÍE

Capítulo VIII: Crónica de una muerte para nada anunciada

Y el enano, el hombre y el hipopótamo no se lo pensaron dos veces y esperaron a que llegase el traficante de moniatos ilegales desde Rusia, ya que no tenían nada más que hacer. Durmieron al raso cerca del vendedor de moniatos y a causa de eso la noche tuvo un ligero toque a moniato quemado, pero generalmente se durmió bien. El hombre fue el primero en despertarse con la luz del sol. Alzó la cabeza y su repugnante faz estaba infestada de luz y no veía nada. De repente, al sol le apareció una boca y gritó:
-¡¡¡Feo!!!
El grito que emitió el hombre hizo que el enano y el hipopótamo se despertasen.
-¿Qué coño…? –renegó Ruddolff.
-¿Tan temprano y ya juegas al Chillón, hombre? –preguntó alegremente el hipopótamo con otra risa de disco rayado. Entonces Ruddolff localizó un objeto en el horizonte.
-¡Mirad! Es el barco ruso. Tengo un plan, chicos –les advirtió mientras ellos eran todo orejas- Primero de todo, taparemos por completo la cara del hombre con una cazuela y, por la noche, subiremos al barco y le sacaremos la cazuela cuando todos los tripulantes estén fuera. ¡Toda la tripulación se irá a pique y nos apoderaremos del barco!
Lo hicieron por democracia y los votos fueron dos contra uno. Mayoría absoluta. Pero el Trío Calavera no tenía ni idea de que el capitán del barco, Vladimir Yevgeriy Rusenko Mostovsjrata Partanov hijo (al que sus compañeros le llamaban simplemente V.Y.R.M.P. Junior) estaba misteriosamente escuchándolos bajo tierra con una caña de bambú.
-¡Juas…! –dijo confiado Vladimir Yevgeriy Rusenko Mostovsjrata Partanov hijo- ¡No tienen ni idea de qué calaña estamos hechos, porque somos ciegos! ¡Toda la tripulación! ¡Si hacen algún movimiento sospechoso, los esclavizaremos y los mandaremos a hacer butifarras toda su miserable vida! ¡¡¡Muahahahahahaha!!! –y rió tan fuertemente que se pudo oír desde fuera, pero nadie se dio cuenta.

A unos cuantos kilómetros de allí, en el bosque antes mencionado, se encontraban Bajirül y Filomena.
-No hay nada que hacer, Capitán. –dijo con desánimo la teniente- Está todo hecho un desastre.
-Ya. –respondió Filomena con una voz diferente- ¡Estos melocotones de hoy en día…! Qué bromistas, ¿eh? –añadió con una mueca ridícula.
-¿Y esa ligereza en el habla? –preguntó la teniente.
-No sé. Ya lo irás notando. Por eso me llaman Random.
-¿Random? –preguntó extrañada. Entonces sonó el móvil de Filomena con la música de Berni, el osito enamorado, cosa que provocó la indignación de la teniente.
-Buenas, jefe. Sí, ya sabes que voy cambiando de vez en cuando. Eso, eso. Entendido, de usted. ¿Si? No…No, no, qué va. Bueno, esta vez…Ya veo. Ya veo…No, si yo…Sí, claro, claro. –Bajirül se estaba impacientando, pues ya llevaban quince minutos hablando de tonterías- Sí. No, no, qué va. Esto…No sé, jefe. Podríamos ir alguna vez. Ahí, ahí. ¡Ahí le has dado, jefe! Sí, de usted, ya…Es que tengo poca memoria. Bueno. Sí. Ya veo…¿Sí? No, no, qué va.
-Capitán, -le llamó la atención la teniente, muy furiosa- ¿de qué coño están hablando tanto rato?
-Venga, mujer, no seas así. –dijo el capitán- Hacía mucho tiempo que no hablaba con Pepino. –y se puso otra vez al teléfono- Sí, jefe, sí…
-¡Es tu maldito jefe! ¡No le llames de ese modo! –y al fin, el capitán colgó.
-Hay que ver lo difícil que es trabajar con mujeres… -comentó para él Filomena, levantando ligeramente la cabeza hacia arriba.
-¿Pero cómo se puede llegar a ser tan mezquino de la noche al día? –se desesperó Bajirül.
-Vamos, mi teniente. -le comentó el capitán con voz suave y agradable- Tenemos trabajo que hacer.
-¿Eh? Sí… -y se le enrojecieron las mejillas a la teniente.

-¡Wow! –pronunció Wedge escondido en un arbusto junto con Biggs, que después de correr tanto llegaron hasta Bajirül y Filomena. –¡Qué historia de amor tan bella…!
-Se puede saber qué hacemos aquí escondidos? –preguntó Biggs.
-¿No te da morbo que esos dos estén liados, Biggs? –preguntó con cara de ansias Wedge.
-No es asunto mío y además te lo estás inventando.
-¡A ti te gusta la teniente, dominguero!
-No soy ningún dominguero. –dijo Biggs más tranquilo que Iniesta en una rueda de prensa- Y no me gusta la teniente. Vamos. –y se levantó hacia ellos.
-¡Eh, espera, Biggs! –le siguió Wedge.
-Veo que has vuelto a la normalidad, capitán –le respondió inexpresivo Biggs.
-¡Eso es, estoy mejor que nunca, y con mi teniente ladrona no hay quien me pare!
-¡¿Ladrona?! –se molestó la teniente.
-¡Eso es, teniente! –exclamó Filomena- ¡Que me has robado el corazón!
-Capitán, se está comportando de un modo inadecuado para su rango. –dijo con las mejillas un poco rojas.
-¡Venga ya, teniente! –se incorporó Wedge con ganas de fiesta, que se había olvidado del disparo en la pierna- ¡Es demasiado formal!

En ese mismo instante, el señor Smith se aposentó en un monte cercano a los cuatro policías y con un rifle de francotirador los apuntó. Tenía un rostro muy motivado, creyéndose experto en la materia. Estaba mirando con el objetivo del arma, donde se podían ver a los agentes en un tamaño enorme.
Apuntó.
Disparó.
Se oyó un ruido estremecedor…
...De una cabeza explotar, bañándolo todo de sangre.
Continuará...

sábado, 31 de enero de 2009

Séptimo capítulo de El hombre que ríe

Y un día más estamos con El hombre que ríe. Esta vez les toca el turno a Biggs y Wedge, dos de los cuatro nuevos personajes que han aparecido, que visitarán la casa de los Smith. Un capítulo bastante fundido de parodias.
EL HOMBRE QUE RÍE
Capítulo VII: Hogar, frío hogar.

-Oye, Biggs –le comentó Wedge mientras se dirigían hacia la casa de los Smith-, ¿has visto qué cara se me puso delante del superintendente? –rió- ¿La viste? ¿Eh?
-Sí, sí, la vi… -respondió con poco interés Biggs.
-¿Crees que encontraremos la casa, Biggs? –hizo una pausa- ¿Eh?
-Si no lo creyera, no estaría yendo hacia allí.
-Cierto. Cuánta razón tienes, Biggs. Eres más sabio que un día sin pan. –cogió aliento- Oye, ¿viste a la teniente Bajirül? Qué guapa se ha hecho, ¿verdad?
-Sí, muy guapa… -le respondió de igual modo Biggs, que ya estaba acostumbrado a su pesadez.
-¿Y al capitán Filomena? ¿Qué le pasa con la voz? Por cierto...Tiene un nombre bastante ridículo, ¿no? Hacía tiempo que…
-Cállate, pesado, que ya llegamos.
Y al fin Biggs y Wedge llegaron a la casa de los Smith. Era una buena casa, sin duda, con su patio de estilo inglés bien cortadito y todo lo demás. Como era de esperar, la señora Smith estaba cosiendo un jersey para su marido, que estaba encerrado en el lavabo pasando el rato. Llamaron a la puerta.
-No, gracias. –dijo la señora Smith- No aceptamos visitas de admiradores ni de parientes lejanos.
-¿Ni de viejos amigos? –respondió detrás de la puerta Wedge.
-¿Gandalf? –preguntó la señora Smith con un tono muy alegre y jovial mientras abría la puerta.
-No. –contestó Biggs mientras pisaba el suelo de la puerta para que no se cerrara- La policía. Venimos de interrogatorio.
-¡Cielo santo! –gritó la mujer- ¡¡Yo no he hecho nada malo!! ¡Ha sido mi hijo! ¡Perdónenme! ¡No…! –y acto seguido se desmayó a causa de una crisis nerviosa.
-¡Dios! ¡Biggs! ¡Qué has hecho! –gritó desesperado Wedge- ¡Dios, Biggs! ¡Nos van a llevar a la policía! ¡Ay, madre…!
-La policía somos nosotros, imbécil. –dijo Biggs.
Entonces apareció el señor Smith con un periódico que le tapaba la cara. No se exaltó demasiado al ver a su mujer tirada en el suelo. La recogió tranquilamente y la sentó en una silla. Todo eso lo hizo leyendo el periódico.
-Bueno, novatillos, -dijo el señor Smith mientras dejaba el periódico encima de la mesa- ¿Qué asuntos os traen aquí?
Los cuatro ojos de los cadetes se empequeñecieron y sus rostros se pusieron pálidos, llenos de sorpresa. Ancho bigote y espesa barba…La cara del señor Smith era idéntica a…
-¡Superintendente Pepino! –exclamaron Biggs y Wedge al unísono.
-No. Soy su hermano gemelo. Cutre, ¿verdad?
-Sí…-respondieron los dos con la cara de alguien que ve resucitar misteriosamente y de manera cutre a un personaje en una serie de anime de robots.
-Hay que ver…Estos escritores de hoy en día son patéticos. –dijo el señor Smith- Y si matan al superintendente Pepino, me meto yo en su lugar y me cambio el nombre, ¿no? ¡Venga ya, Seiji Mizushima! ¡Es de ser inútiles, ¿eh?!
-¿Pero qué dice? –le susurró Wedge a la oreja de Biggs.
-No sé, yo sólo escucho. –le respondió la oreja de Biggs.
-Tenemos que hacerle unas preguntas, señor Smith. –dijo Biggs más serio que un detective.
-Adelante, pasen.
Al fin pudieron entrar en la casa después de tantos incidentes. Biggs se tuvo que agachar para no golpearse y Wedge pudo haberse multiplicado por cuatro sin que le pasara nada. Se sentaron en la mesa.
-Ustedes dirán. –dijo el señor Smith mientras les servía una taza de té.
-Hemos venido para investigar una serie de incidentes que han tenido lugar estos últimos días. –dijo Biggs mientras Wedge estaba tocando a la señora Smith con un palo de madera para ver si despertaba- Creemos que el origen de todo se esconde aquí, en esta casa.
-¡Mierda! ¡Mierda! –se susurró a sí mismo el Origen, oculto en un armario de la casa- ¡Me van a pillar! ¡Dios! ¿Qué hago, qué hago? ¡Ay, de mí!
-¿Y eso? –preguntó el señor Smith- No ha ocurrido nada raro estos últimos días excepto el secuestro de nuestro hijo. –dijo con la calma de un mago que puede parar el tiempo.
-Así que un secuestro, ¿eh? –dijo Biggs- Ya veo. Cuéntenoslo, por favor.
Y el señor Smith les explicó paso a paso el secuestro. Incluso el Diablo hubiera llorado, pero él lo contaba como si fuera Séneca. Wedge estaba sumamente emocionado y sus golpes con el palo a la señora Smith aumentaron hasta tal punto que le reventó un ojo.
-¡¿Qué le has hecho a mi mujer, maldito estúpido?! –gritó el señor Smith- ¡Se lo voy a contar a mi hermano gemelo!
-¡Ay, Dios! Lo he hecho sin querer…Yo no…¡Lo siento mucho!
En esa situación, los dos policías no podían hacer nada más que salir corriendo, y eso hicieron. El señor Smith sacó su escopeta y disparó unos cuantos tiros hasta que se hartó. Uno de ellos impactó en el pie de Wedge.
-¡¡Siente el dolor!! –gritó Smith con una sonrisa psicópata semejante a la de Boca de Sauron.
-¡Nos va a matar, Biggs! ¡Este tipo está loco!
-¿Cómo coño quieres que esté después de que le hayas reventado un ojo a su mujer, idiota? –le respondió Biggs mientras le ayudaba a montar en su espalda.

Mientras Biggs y Wedge corrían tan lejos como podían, la teniente Bajirül y el Capitán Filomena ya habían llegado hacía tiempo al bosque con su coche patrulla.
-Parece que está todo hecho un fiasco. –dijo la teniente.
-S…S…Sí. –consiguió decir el capitán.
Continuará...

jueves, 29 de enero de 2009

Sexto capítulo de El hombre que ríe

He estado resfriado y con fiebre y no tuve demasiado tiempo para pasar el capítulo seis, pero aquí está. En teoría este debería ser el penúltimo de la temporada, pero he añadido las escenas policiales y creo que podré alargarlo algún capítulo más. No sé si mola demasiado eso de los policías... Era para hacerlo más heterogenio. Si es un fastidio, decídmelo sin dudas xD

EL HOMBRE QUE RÍE

Capítulo VI: El desgraciado vendedor de moniatos

-¡Anda, tengo un regalo! -Exclamó el enano, sorprendido.
-¡Anda, y yo! –contestó el hipopótamo.
-Anda, pues yo no tengo nada… -dijo decepcionado el hombre.
-A ver…qué será… -Ruddolff abrió el paquete con agresividad- ¡Una mierda de paraguas-espejo! ¿Pero qué coño…? Por regalar esto, mejor haberme dado el dinero.
El hipopótamo se ofendió, pero enseguida recobró fuerzas al ver el regalo hecho por Ruddolff. Era algo inexplicable, una mezcla de arena y madera unida y cortada indiscriminadamente y pegada a unas bolas de latón. Podía haberse camuflado perfectamente en el museo Georges Pompidou.
-¿Qué? ¿Te gusta? –le preguntó el enano seguro de sí mismo con una sonrisa enorme.
-¡Síííí…! –balbuceó el hipopótamo con una voz mezclada de babas y estupidez.
-¿Y yo? ¿Yo…? ¿Por qué no tengo ningún regalo? –se quejó el hombre. En ese momento todas las luces se apagaron y un foco de luz circular le iluminaba dramatizando la escena.
-Porque eres feo. –dijo el enano más tranquilo que dos tortugas copulando.
-Lo siento, hombre… -trató de disculparse el hipopótamo- es que nos hemos olvidado de ti.
Mientras Ruddolff y el hipopótamo estaban jugando con sus regalos (vete a saber cómo), el hombre estaba arrodillado en la playa llorando con el foco circular iluminándole. Le habían matado a disgustos una y otra vez y sus defensas psicológicas estaban hechas polvo. En ese instante, se estaban riendo de él a una distancia considerable. Lo habían hecho adrede, eso de los regalos mutuos, los muy cabrones.

Mientras tanto, a unos cuantos kilómetros de allí, en un cuartel de policía de mala muerte se estaba llevando un caso bastante relacionado con el Trío Calavera. En el despacho del superintendente general Pepino, un hombrezuelo con espeso bigote y una barba como una catarata, estaban él y dos tipos más, los cadetes Biggs y Wedge, el uno muy alto y el otro muy bajo.
-¡¡Es de ser inútiles, ¿eh?!! –gritó como un tractor el superintendente Pepino- Siempre hacéis lo mismo. Sois el hazmerreír del cuartel. Por vuestra culpa, nuestro ranking está por los suelos.
-Lo siento, jef… -trató de disculparse Biggs.
-Cállese, cadete Biggs, cállese…
-S… -trató de responderle otra vez en vano.
-¡Que se calle, joder! – respondió salvajemente mientras rompía su escritorio de un puñetazo. Ese acto desencadenó un extremo sudor en el cuerpo de Wedge, el tipo bajo. Su cara estaba roja como el atardecer y no podía parar de mover las piernas. Estaba realmente asustado.
-Manténgase firme, cadete Wedge. –le animó Pepino.
Entonces entraron dos personas más. Un tipo más delgado que un suspiro y una mujer rubia con un lunar debajo del ojo izquierdo.
-Parece que todo está relacionado, jefe. –dijo la mujer con voz segura- Los tres presuntos secuestradores tirados delante de la casa de los Smith, la despoblación de los animales del bosque Chin-Chin por largos años, la muerte del famoso ajedrecista en forma de lobo y voz de lobo y órganos de lobo, la desaparición del hombre del barco 00X3Z que iba todo el día borracho…-se motivó- Todo esto sigue unos parámetros lógicos, jefe. ¡¡Esto no es una coincidencia!!
-Bien, teniente Bajirül. Cálmese. –dijo el superintendente- ¿Quiere abrir una investigación? Capitán Filomena, ¿tiene algo que objetar? –refiriéndose al tipo más flaco que un insecto-palo que acompañaba a la mujer.
-Hmmmrrmmmm… -le costó pronunciar- N…N…
-¿Capitán Filomena?
-¡No! –respondió al fin el capitán después de su lucha contra el silencio a capa y espada.
-Bien, pues. –dijo el superintendente- Vamos a atrapar a ese asesino en serie. Os dividiréis en dos grupos. El equipo A, Biggs y Wedge, irán a interrogar a los Smith. El equipo B, Bajirül y Filomena, váyanse a investigar por el bosque. ¿Entendido?
-¡Sí, jefe! –respondieron todos menos el capitán Filomena.
-¿Capitán Filomena? –preguntó el superintendente.
-S…S…
-¡Eso es, venga, usted puede, capitán! –le animó Biggs.
-¡Sí! –al fin pudo decir.

Volvamos otra vez al Trío Calavera, que se fue en busca de comida, pues sus estómagos estaban sedientos. Al cabo de unos minutos se percataron de un olor. Mientras se iban aproximando, el olor incrementaba, como era de esperar. Oyeron también la voz de un tipo.
-¡Moniatos, moniatos! ¡Tres guiles el quilo! ¡Moniatoooooos! ¡Buenos y baratos, moniatos! ¡Compren, compren! –Ruddolff le observó con sorpresa. ¿Qué hacía un tipo allí vendiendo moniatos en una isla aparentemente desierta? Pero los otros dos no se preguntaron nada de eso y acudieron sin demora a la llamada del vendedor. Éste tenía un montón de moniatos quemados y podridos a cuatro pasos de la brasa.
-Buenos días, señores. ¿Cuántos serán? –preguntó el vendedor.
-Para mí…tres…-dijo vergonzoso el hombre.
-Perdone… –intervino Ruddolff- ¿Qué coño hace usted vendiendo moniatos en un lugar como este?
-¿Estás loco, estimado cliente? ¿Que no ves la faena que tengo? ¡Hasta los huesos de faena! Venga, venga, ¿cuántos queréis? ¡No dejéis escapar esta oportunidad, que están de oferta y van escasos!
Al final resultó ser que el vendedor se había vuelto loco por su fracaso matrimonial con una mujer-moniato, hija de una mujer y un moniato. Hacía moniatos y, acto seguido, los tiraba al montón. La mercancía la sacaba de un compañero suyo que traficaba con moniatos desde Rusia con amor y su familia se había dedicado en ello desde tiempos inmemoriales.
-Si queréis ir en busca de aventuras –añadió el vendedor loco- subid a su barco. Mañana, casualmente, me traerá más mercancía ilegal.
Continuará...

domingo, 25 de enero de 2009

Quinto capítulo de El hombre que ríe

¡Buenos días, bourbonianos! Esto…el capítulo de hoy de El hombre que ríe se lo dedico a Sandra, la pre-psicóloga, amiga de MrK1511. Espero que este capítulo te anime después ese golpe tan duro por la pérdida del hipopótamo (risitas, llantos y más risitas).

Antes deberíamos hacer, tal como prometí, un pequeño resumen de los cuatro capítulos anteriores. Recordemos que unos secuestradores entraron en la casa de los Smith y secuestraron a su hijo, pero nadie lo quería. Entonces le deformaron la cara y se fue al bosque, donde encontró a Ruddolff el enano. Al cabo de unos días, entró en escena una nueva figura: el Hipopótamo Feliz (el apellido es Feliz). Al cabo de otros días más, los Melocotones Asesinos acecharon el bosque y el Trío Calavera tubo que robar un barco. Durante el viaje, el hipopótamo fue tirado al mar por Ruddolff, y en estos instantes nuestros compañeros ven tierra a la vista mientras tienen detrás suyo una extraña sombra con alas. ¿Qué será, será…?

EL HOMBRE QUE RÍE

Capítulo V: Su apellido es Feliz

En cuestión de segundos, la sombra se fue perfilando, ganando un ligero toque rosado. Los bordes de la nada figura esbelta se fueron contorneando más y más hasta evidenciar lo imposible. Cualquiera podría haber usado, sin miedo a equivocarse, la frase hecha “tener más vidas que un gato”.
-¡Pero si es…! –balbuceó el hombre, impresionado- ¡Hipopótamo! ¡Qué alegría volver a encontrarnos!
-Mierda –pensó el enano.
-¡Buenas! –dijo el renacido hipopótamo- ¡Cuando me he despertado, estaba hundido en el mar junto con una cuerda atada a una piedra de dimensiones semejantes a la de una televisión envuelta en una bolsa de basura llena de bolas de villar verdes! –dijo con una sonrisa de disco rayado- Y...Mira por dónde…¡He aprendido a volar! No sabía que podía hacerlo. Ha sido una estupenda sorpresa para mí. –volvió a sonreír con la misma estupidez.
El hombre respondió su sonrisa estúpida con una de idéntica y los dos se pusieron a reír tan lamentablemente como les permitieron sus bocas. El enano, por su parte, se giró lentamente encarando su cara contra la del hombre. Su movimiento estaba perfectamente coordinado con su juego de piernas. Se paró de golpe y, tranquilamente, citó:
-Eres muy feo, ¿eh? No me sorprende que tus padres te abandonasen a las manos de esos bandidos.
Se oyó un espejo quebrarse. Los ojos del hombre se palidecieron. Se puso blanco como una pared aburrida y empezó a temblar.
-¿Qué tienes, chico? –preguntó Ruddolff.
-Creo que se ha ofen… -trató de explicarle el hipopótamo renacido.
-Tú, cállate, coño. –dijo molesto y soez el enano- ¿Quién se creería a un hipopótamo de mierda como tú?
Y el estado de dos de nuestros tres compañeros de fatigas pasó a ser depresivo. La escena era algo parecida a un entierro de una bella jovencita a la que todos amaban.
-¡Joder…! –renegó el enano- ¿Por qué coño estáis así? ¡Estamos aquí para vivir aventuras divertidas! Alegría, joder, que la vida es bella.
Y Ruddolff, misteriosamente, consiguió levantar los ánimos de los dos idiotas. Tres minutos más tarde podríamos observarlos jugando al “Aquí te pillo, aquí te mato”, acto que duraría largas horas.
-Malditos gays… -pensó Ruddolff- la próxima vez los quemaré directamente.
Al final de ese diálogo, el Trío Calavera consiguió amarrar el barco en la isla a duras penas. Ruddolff se puso a mandar a los otros dos tripulantes, insultándolos porqué sí de vez en cuando mientras se rascaba sus pequeños testículos de enano. Como anécdota, cabe resaltar que tenía tres, y ese era el auténtico motivo por el cual le expulsaron de la Tribu de los Cañoneros, pero todo era un secreto que sólo los enanos y el periódico sabían.
-Por cierto… -comentó el hipopótamo mientras sudaba como una catarata de tanto trabajar- Mañana es día de reyes. Ya tienes nuestro regalo preparado, Ruddolff? –y rió como siempre.
-¿Yo? –contestó el enano mientras sudaba menos que un desierto de tan poco trabajar- ¿Regalo? ¿Para un jodido hipopótamo y un feucho? Los regalos os lo darán vuestras putas madres. –se paró el tiempo por un momento- Bueno, la del hombre no, que es peor que el Diablo –y se puso a reír maliciosamente como aquellos malos, malotes de las películas.
A pesar de aquella maldad desprendida por ese pequeñajo mal nacido, el feo y el tonto tendrían una buena sorpresa el día de reyes.
-Ey, vosotros. –volvió a llamarles la atención Ruddolff- Me voy un momento. Volveré en seguida.
Y se fue a buscar arena de la playa y un poco de madera de las palmeras que encontró por ahí. Con ese material consiguió construir un juguete muy extraño con inspiraciones vanguardistas. Si era un juguete o no, incluso ni los más sabios podrían ponerse de acuerdo.
Al día siguiente se despertaron y encontraron una manta con dos bultos. Se sorprendieron todos, por supuesto. El hombre sacó la manta torpemente y pudo observar una cajita envuelta meticulosamente que ponía “para Ruddolff” con tantas faltas como podían caber en esas doce letras, y otra envuelta con papel de diario sucio y podrido que decía “por el hipopótamo”. Hasta había hongos ahí.
Continuará...

viernes, 23 de enero de 2009

Cuarto capítulo de El hombre que ríe

Esta vez he tardado más de lo habitual, pero al fin llegamos a más de la mitad de la primera temporada.
Alguien me preguntó algo acerca del término guiles en el primer capítulo. Sí, es una referencia a los juegos de Final Fantasy. En este mundo más o menos imaginario y abstracto de El hombre que ríe se usan los guiles como moneda.
En el próximo capítulo, el quinto ya, añadiré un resumen de los cuatro capítulos anteriores para que no os perdáis con esta trama tan lamentable. ¡Espero que os guste!

EL HOMBRE QUE RÍE

Capítulo IV: Death & Rebirth

-¿Qué coño hacéis dengtro de mi badco? –dijo el hombre barbudo con la ampolla de vidrio.
-Cállate, pesado. –reprochó Ruddolff- ¡A toda vela, bribones!
Entonces, el hipopótamo y el hombre se quedaron quietos en plan rigor mortis, como si estuviesen clavados en la madera.
-Pero estamos robando…Mi madre siempre me dijo que robar estaba mal… -dijo indeciso el hombre con una cara estúpida.
-Me cago en Dioz…-dijo el hombre borracho, borracho y ceceando- ¡Ezte bagco ez mío! ¡Zalid!
-Mira, tío… –le contestó Ruddolff, amenazador- ¿Quieres callarte de una vez? Eres un pesado. Ahora vendrán los Melocotones No-sé-qué, así que este barco es mío. Causa-consecuencia. ¿Lo entiendes, borracho? Espero que al menos nos ayudes a llevar el barco, faltaría más.
-¿Tú te haz vuegto loco o qué? Me gobáis mi badco y encima queguéis que…
El enano no dejó acabar la frase del borracho. Le cogió la cabeza y le empezó a dar golpes contra el mástil mayor sucesivas veces y, para sorpresa de todos, en vez de salir sangre de su cabeza, empezaron a chorrear ces, zetas, vino y ron con ligeros toques afrutados. Cuando se aburrió, lo tiró al mar como un trapo sucio.
-¿Pero qué haces, Ruddolff? –le preguntó el hombre- ¿Ahora quién conducirá?
-Tú, además de ser feo, eres tonto de remate, vamos. ¿Qué te piensas, que esto es un coche o qué?
-Bueno, yo…
-Cállate, que al final te voy a tirar a ti al mar, joder. Es que hay que ser feo, feo.
Y el pobre hombre se ofendió y lloró sin parar. Estuvo tres horas amarrado en la proa del barco con los brazos tumbados en la valla mientras los otros dos estaban comentando la jugada en sus habitaciones, riéndose de él. El hombre les sentía perfectamente y se puso a llorar más con más intensidad. Encendió un cigarrillo en plan nostálgico, pero el muy burro se lo encendió del revés y lo tuvo que tirar. Su lamento se intensificaba más y más a causa de ello.
-¡Cállate y déjanos dormir, feucho! –gritó Ruddolff desde su camerino. Entonces se oyeron unas risitas de él y del hipopótamo.
Ya en la desesperación, el desgraciado hombre se fue a su camerino. En ese momento, el enano hizo salir al hipopótamo a la cubierta sigilosamente.
-Ven, hipopótamo. Te enseñaré una cosa.
-Valeeee –dijo feliz, en voz baja.
Una vez a la cubierta, el enano descargó toda su rabia y odio y puso un pañuelo con cloroformo a la boca del hipopótamo. Cuando estuvo dormido como un tronco, ató su pata con una cuerda y empujó su cuerpo cerca de la popa. En el otro extremo de la cuerda ató una piedra de dimensiones semejantes a la de una televisión envuelta en una bolsa de basura llena de bolas de villar verdes. Acto seguido tiró la piedra en cuestión al agua y el pobre hipopótamo se fue a pique y Ruddolff se dirigió tan tranquilamente a la cama a dormir, como aquél que no sabe nada.
Y llegó un nuevo día para nuestros aventureros, ahora reducidos a la mínima cifra de dos.
-¡Qué buen día hace hoy! –exclamó alegremente el hombre- ¡Vamos a jugar a pelota, hipopótamo!
No apareció respuesta.
-Hi-po-pó-ta-mo?
Tampoco apareció entonces.
-Está muerto y enterrado. –dijo Ruddolff más tranquilo que un camello.
-¡¿Por qué?! ¡Eres un mal nacido, Ruddolff! –grito el hombre, desesperado- ¡No tenías ningún derecho! ¡¿Por qué lo has tirado al mar?!
-La verdad…-contestó vacilante- no lo tengo muy claro. Nos lo estábamos pasando bastante bien y de repente…me apeteció. Y para de quejarte todo el santo día o te tiraré a ti, al final, feucho.
La horrenda faz del hombre se deformó catastróficamente a causa de su rabia y el trapo sucio no servía para nada en ese momento, pues su rostro era tan inconmensurablemente nauseabundo que nada ni nadie podía censurarlo.
-Venga, hombre, ¡que aún tenemos que pasárnoslo muy bien! –dijo el enano tratándole de animar- no quiero malas caras en mi barco, ¿vale? –con un toque de voz cálido y acogedor.
Sí…-le contestó el hombre, decepcionado.
Y Ruddolff se puso a cantar una apestosa canción más horrible que la de Berni, el osito enamorado.
-¡Un buen enano soy! ¡Navega, navega, navega fondo a babor!
–intensificó el canto y estaba metido de lleno en la piel de un pirata valiente, barbudo y bravo, sí- ¡atraco barcos, mato gente! ¡Saquea, saquea, saquea mucho y mucho! –su canción estaba incrementando el grado de penosidad progresivamente. Al final se dio cuenta de ello y cesó. Hubo un largo silencio ceremonial. Y después, la gloria.
-¡Feo! –gritó- ¡Feo! ¿Dónde coño estás? ¡Tierra a la vista, feucho!
Mientras le gritaba, el hombre estaba rompiendo bolitas de plástico para embalsamar materiales frágiles dentro del camerino, triste y solitario. Pocos minutos después, desembarcaron en una isla que parecía ser desierta, pero para sorpresa de todos, apareció a su espalda una sombra con alas de dimensiones considerables. Los dos aventureros se giraron, pero sólo podían ver el relevo de la masa que se les cernía encima, pues la luz del sol los cegaba.
-¡Hey, chicos! –dijo el cuerpo desconocido- ¡Perdonadme! ¡Me había perdido y me ha llevado tiempo encontrar el camino!
Continuará...

jueves, 22 de enero de 2009

Otro retraso

Buenas bourbonianos. Mañana por la tarde habrá el cuarto capítulo de El hombre que ríe, seguro. Esta vez tenemos un buen capítulo donde el protagonismo recaerá en el hipopótamo feliz. Disculpas por el retraso ^^. Y, por cierto, dentro de pocos días postearé una nueva historia en capítulos junto con tres amigos míos. Cada uno hará un capítulo seguido del anterior y tendrá que continuar la historia a su estilo. ¡Espero que lo sigáis!

martes, 20 de enero de 2009

Propuestas

Bueno, bourbonianos, hoy no hay ningún hombre que ría. Mañana (bueno, hoy, que ya pasan de las doce) subiré el cuarto capítulo, titulado Death & Rebirth (risitas). Lo que os quería comentar hoy es que me posteéis alguna propuesta que os gustase para añadir a El hombre que ríe, así como algún capítulo extra en donde salga algún personaje externo que os mole, o el pasado del lobo haciendo un flashback de veinte años, o cosas así. Espero vuestras propuestas en los comentarios.

lunes, 19 de enero de 2009

Tercer capítulo de El hombre que ríe

¡Muy buenas, bourbonianos! Os traigo el tercer capítulo de las aventuras de El hombre que ríe. La cosa se va a poner más divertida con la entrada del hipopótamo cuando ya llegamos casi a la mitad de la primera temporada. El cuarto capítulo llegará en breve, así que estad atentos. Espero que os guste.

EL HOMBRE QUE RÍE
Capítulo III: El Hipopótamo Feliz

El hombre se fue audazmente a abrir la puerta de su casa. Al ver la enorme masa que se ocultaba detrás, quedó realmente sorprendido. Era un auténtico hipopótamo de esos rosas, rosas que sólo se ven en los dibujos animados, con sus pelos ahí metidos en el morro tan desagradables y todo lo demás.
-¿Qui..quie…quién eres tú? –preguntó, alargando cada palabra al máximo, casi forzosamente.
-¡Soy el Hipopótamo Feliz! –dijo el extraño más alegremente que una mariquita- ¡Voy cantando y bailando por el bosque felizmente! En mi casa me estaba aburriendo y quería ir a jugar a la pelota, pero…¿Sabes qué? Yo no tengo amigos… -dijo desilusionado, disminuyendo el tono de voz- ¿Quieres ir a jugar conmigo? –animándose y haciéndolo todo un poco más naïf de lo que realmente es.
-Bueno, ahora mismo estoy un poco ocupado.

En ese mismo instante Ruddolff estaba en el lavabo leyendo un periódico mientras se rasgaba el ojete con un papel de water que él mismo se había confeccionado con los árboles más próximos. Nadie sabía cómo. Se percató de una voz nueva.
-¡Hey! ¿Quién coño hay ahí, feo? –preguntó rudamente.
-Es un hipopótamo rosa que dice que viene de los lagos pantanosos de Villaconejos. –dijo el feucho- Nos pregunta si queremos ir a jugar con él a pelota. Eres un poco maleducado, Ru…
-¡A mi no me contestes, coño! –chilló Ruddolff- ¿Quién le propuso a quién compartir la casa, eh? ¿Eh?
-Pero si…
-A mi no me contestes, te digo. –se exaltó el enano, rasgándose el ojete más intensamente y leyendo el periódico más intensamente también- Aquí mando yo.
El hombre cedió una vez más. Parecía gravemente ofendido. Se creó una atmósfera de silencio y desamparo absoluto donde sólo cabía el sonido de los grillos de Gainax.
-Venga, joder. –respondió el enano, animoso- No quiero malas caras. ¡Vamos a jugar a la pelota!
-¡Bien, bien! –gritaron los dos al unísono estúpidamente.

Y el enano, el hombre y el hipopótamo se fueron a jugar felizmente a la pelota. Se lo pasaron tan y tan bien que se pasaron dos días y dos noches enteras jugando incansablemente y se descuidaron por completo de que sus organismos necesitaban comer y dormir. Y el enano, que era el menos estúpido de los tres, les hizo recordar este hecho natural y se fueron a dormir a la casa del hombre (que fue apoderada por el enano) dos días y dos noches incansablemente y sin parar, con el hipopótamo de invitado de honor. A éste, Ruddolff le obligó a dormir al suelo a pesar de poseer unas cuantas camas de sobra y programó el despertador para despertarse cada dos horas para tirarle un cubo de agua encima cada vez. El sacrificio, a su juicio, valía la pena.

El primero en levantarse fue, evidentemente, el hipopótamo, que no sabía qué hacer y estaba empapado de arriba a abajo. Tenía el periódico ahí encima de la mesa tentándole, pero como no sabía leer, no le servía de nada. Se pudieron oír unas vagas palabras que parecían provenir, por raro que parezca, del periódico, diciendo “léeme, léeme, jodido hipopótamo” y eso contribuyó a intensificar su nerviosismo. No tuvo más remedio que esperar y esperar hasta que los otros dos se separasen de los brazos de Morfeo mientras aguantaba el tostón del periódico diciéndole que le leyese, jodido hipopótamo, que le leyese. Al cabo de una hora, los tres ya estaban almorzando todos juntos. Ruddolff, experto en temas del bosque, se percató de un sospechoso movimiento sísmico y paró la oreja en el suelo.
-¿Qué haces, Ruddolff? –preguntó el hombre.
-¿Qué hace…eee….ees, Ru…-intentó copiar el hipopótamo, que la poca inteligencia que tenía se reducía a la mitad en franjas horarias críticas.
-Callaos, idiotas. –hubo otro silencio infernal- Mierda. Me lo temía. Es la horda de los Melocotones Asesinos. Vienen por estas tierras cada cinco años. Me lo ha dicho el periódico.
-¿Melo-qué? –preguntó el hombre. El hipopótamo no lo copió, pues estaba mirando por la ventana con unos ojitos nostálgicos, recordando a su novia que nunca tuvo, el pobre desgraciado.
Tenemos que irnos. –dijo Ruddolff, y se puso a recoger todas sus pertenencias importantes y a ocultar las del hombre y el hipopótamo- ¡Vamos!
-Espera, Ruddolff, –reprochó el hombre- que no encuentro mis objetos personales…
-¿Qué coño vas a necesitar tú, feucho, a parte de una cara nueva? ¡Venga, rapidito!

Y así fue como los tres aventureros se dirigieron a la playa, que estaba a pocos metros del bosque. Al fondo se podían observar unos pequeños círculos naranjas con bocas de azufre que iban devorándolo todo a su merced. Una imagen desoladora.
-Mi casa… -se lamentó el hombre al ver derrumbarse su chabola.
-Mi casa… -dijo también Ruddolff, sin oír al hombre, que con esa cara de lamentación aún era más nauseabundo.
-Mi pelota… -lloriqueó el hipopótamo al sentir el pinchazo de su pelota que Ruddolff se había encargado de ocultar cuidadosamente.

Pocos minutos después llegaron a la playa. No tuvieron tiempo ni de escoger el barco, que ya se vieron sacando el ancla del primer que encontraron. Ahora ya estaban en lugar seguro, lejos de la playa.
Entonces se oyó el crepitar de la puerta de la cubierta. De allí salió un hombre bastante barbudo con una ampolla de vidrio en la mano y con la nariz rojiza.
Continuará...

domingo, 18 de enero de 2009

Segundo capítulo de El hombre que ríe

Bueno, burbonianos, ya está listo el segundo capítulo de las aventurillas del hombre y el enano (y el próximo personaje principal, que aparecerá dentro de muy, muy poco). Llega técnicamente unas tres horas tarde, pero bueno. Éste es. quizás, el peor capítulo de la primera temporada, pero es necesario para avanzar. A pesar de eso, espero que os guste.

EL HOMBRE QUE RÍE

Capítulo II: El lobo ajedrezista

De golpe se tranquilizó. Nuestros dos compañeros de fatigas pudieron observar algo raro en los ojos del pintoresco lobo. Parecía ciego, pues el claro color de sus ojos daba evidencia de ello. De sopetón se sentó al suelo con las patas cruzadas y se puso a montar el tablero de ajedrez más tranquilo que un camello metiendo las fichas minuciosamente en su respectivo lugar.

-¿Una partidita, chicos? –dijo tranquila y simpáticamente.

El hombre y Ruddolff se quedaron sorprendidos. Se preguntaron cómo podía jugar un lobo al ajedrez siendo ciego. No se pudieron aguantar.

-Perdone, señor lobo… -balbuceó el hombre- ¿Como puede usted jugar al ajedrez si es ciego?

-¡Bah! –respondió el lobito- No te preocupes por eso, joven. Mi padre me enseñó a jugar al ajedrez para ciegos cuando era pequeño. Era un lobo muy previsor, mi padre. Sí, eso es. Y bueno, ya sabéis… ¡Al final ha resultado servirme para algo!

El hombre y el enano aún se quedaron más extrañados. Se podían ver las pupilas del enano reducidas a un tamaño minúsculo y en su boca podrían haber entrado, por lo menos, tres árboles seguidos junto con una bola de billar de color verde.

-Dios santo, ¡pero qué frikada más enorme! –exclamó Ruddolff.

A pesar de ello, los tres se pusieron a jugar al ajedrez unas cuantas veces haciendo El Rey de la Pista. Eran tres.

Y Ruddolff, con su particular temperamento y cansado de perder todo el rato contra el maldito lobo, tuvo un pensamiento malicioso.

-Esta vez te voy a ganar –dijo.

-A mi no me lo parece –respondió el lobito bueno.

-A mí tampoco. –añadió el hombre.

-Tú, cállate, feucho. Vas a ver de qué pasta estoy hecho. –dijo molesto Ruddolff.

Entonces, cuando el lobo misterioso estaba apunto de hacer jaque mate, Ruddolff destapó la cara del hombre y el lobito bueno, al contemplar plenamente su rostro, explotó en mil pedazos. Tuvo una muerte efímera.

-No…-se desesperó el hombre- No puede ser…¡¡Ruddolff, eres un asesino!! –chilló horrorizado.

-Pero qué dices, feucho, si lo has matado tú. Eres tan feo que la gente revienta al verte. –Al pronunciar esas palabras, el hombre empezó a llorar, sintiéndose culpable.

-Venga, hombre, ¡que hay más días que longanizas! No te pongas así, que aquí estamos para pasárnoslo bien. –y le acarició la mejilla.

-Sí, sí…tienes razón, Ruddolff. –assintió. Por cierto, qué lobo más raro, ¿verdad?

-Sí, Hombre, sí…-dijo en tono cansado el enano, que no le importaba un rábano.

-Escucha… -dijo el hombre, dudando.

-¿Si?

-¿Por qué estabas ahí tirado en medio del bosque?

-Verás, Hombre…-suspiró- Mi tribu me ha echado porque dicen que no sirvo para nada…Pero yo ya me quería ir, ¿eh?, No te pienses que…-entonces estornudó como un fumador de Ducados- Ahora tendré que quedarme aquí en el bosque como un puto enano de mierda.. –se puso a llorar y el dramatismo se acentuó- Dios mío, ¡¿por qué me has abandonado?! –gritando al cielo, sus lágrimas aumentaron sin parar.

-Si quieres, puedes quedarte en mi ca…

-¿Sí? ¿De veras? ¡Qué bien! ¡Eres muy buen hombre, Hombre! –y entonces cambió su rostro empapado por uno de nuevo y alegre. El hombre sonrió.

-Coño, no rías, joder, que eres más feo que un pie. –el hombre asintió- Venga, no te ofendas, Hombre…que no es tu culpa. –el hombre volvió a sonreír- Joder, ¿qué te tengo dicho? A pesar de tener la cara tapada, tu fealdad es inaguantable. –el hombre volvió a asentir-.

La convivencia entre el enano y el feo iba bien. Ruddolff se apoderó de todas sus pertenencias y se autoproclamó jefe de la casa del pobre hombre y a éste le obligaba a hacer las tareas sucias amenazándole con un látigo. Un día, para sorpresa de todos, alguien llamó a la puerta de su casa rompiendo la tranquilidad del hogar. ¿Quién podía ser, que tuviera el valor de adentrarse en esos lares de fealdad?

Continuará...

Retraso

Bueno, disculpas por este retraso. Ya tengo el segundo capítulo listo, pero tengo que ir a trabajar y prefiero pulirlo por última vez antes de subirlo. Supongo que, o bien esta noche o bien mañana por la mañana lo podré meter. ¡Mil disculpas!

sábado, 17 de enero de 2009

Segundo capítulo para mañana

Bueno, bourbonianos, se ve que ahora tengo mucho tiempo libre y me estoy metiendo de lleno en la red (espero no fusionarme con ella y hacer honor a Hideo Kuze). Para mañana tendré listo el segundo capítulo de El hombre que ríe, y os hago un avance: el título es El lobo ajedrezista. ¿Qué avance más impresionante, verdad? Podéis llamarme la Lorrnokepedia, si queréis ^^.

¡Aún más novedades! Estoy preparando un fanfic de Gundam SEED. A ver cuándo puedo subirlo. En fin, os espero mañana para la continuación de la historia del tipo más feo del mundo.

Por cierto, añado esto que se me había pasado por alto. Empezamos muy, muy mal. Hay un fallo garrafal en el primer capítulo que se me había olvidado. Antes de que venga el lobo, Ruddolff le tapa la cara al hombre con un trapo sucio. Si no, lo de después no tiene ningún sentido. Voy a corregirlo ahora. ¡Disculpas!

viernes, 16 de enero de 2009

Estreno de la reedición de El hombre que ríe

Muy buenas otra vez, bourbonianos. No, esto no tiene nada que ver con Ghost in the Shell. El texto que os traigo es una reedición de L'Home Rialler, un cuento que pasé a mis amigos en el 2005 y que se leían porque les amenazaba de muerte (qué remedio). Hay que remarcar que este cuento está inspirado muy libremente en el cuento homónimo de J. D. Salinger que está publicado en Nueve Cuentos.
La edición original del 2005 estaba en catalán y era un poco horrenda. La pasaba en folios individuales (que equivalían a capítulos) una vez por semana, más o menos. En total, la primera temporada de L'Home Rialler constaba de siete capítulos, con un final bastante brusco.
En el 2008 me planteé la idea de empezar la segunda temporada y eso hice. Me comprometo, pues, a traducir y reeditar la primera y segunda temporada de El hombre que ríe. Si todo marcha bien, quizás me animo a escribir la tercera y última temporada. Espero que os guste la reedición. La cosa empieza así:

EL HOMBRE QUE RÍE
(reeditado)

Capítulo 1: El niño que no valía ni una piedra

Era un día de verano de esos calurosos, calurosos, a pesar de que llovía sin parar. La casa de los Smith estaba aislada de la ciudad y la familia vivía en paz y armonía con la naturaleza. En este preciso instante de chaparrón épico, dentro de la casa se podía ver la señora Smith cosiendo un jersey para su marido, que estaba escondido en el lavabo. Él era un tipo de esos duros, duros, un auténtico semental musculoso que se dedicaba a cortar árboles para producir stock y a esconderse en los lavabos cuando tenía tiempo libre. Ella era ama de casa y estaba todo el santo día cosiendo jerseys para su marido y descosiendo los de su hijo para tener más tela. La verdad sea dicha, los padres del futuro nombrado Hombre que ríe no querían demasiado a su hijo, hecho que quedará demostrado dentro de poco.

A unos cien metros de la casa, tres secuestradores estaban planeando, como es evidente, un secuestro.

Lógos: Bueno, chicos, ya hemos hecho esto muchas veces. Pensad que tenemos que aferrarnos al plan. Es necesario que todo salga como lo hemos calculado. No podemos fallar.
Thymós: ¡Sí! ¡A la carga, joder! (exaltado)
Epithymía: ¡Oh! ¡Sí! (orgasmeando)
Lógos: No hace falta que os emocionéis tanto. (Pausa) Tápate un poco, Epithy. (Otra pausa)

Cinco minutos después, el hijo de los Smith, al cual nunca le pusieron nombre para que no tuviera (sabios estrategas), empezó a chillar pidiendo ayuda. Los tres secuestradores lo habían pillado jugando tranquilamente con la pelota en el patio y encima, sin camiseta. Evidentemente, jugaba solo.

-¡Señores Smith! –gritó Lógos- ¡Tenemos a su hijo como rehén! ¡Más vale que nos entreguen sus treinta-mil guiles que tienen guardados! ¡De lo contrario, su hijo morirá!
-Eso, eso, maldita sea, joder. ¡¡¡Estoy harto de tanta injusticia!!! –dijo Thymós sin saber nadie a qué venía. Mientras tanto, Epithymía estaba tocándole el rabo al pobre crío-.
-Bah… -soltó tranquilamente la señora Smith- Ya te lo puedes quedar todo, todito.
-Eso, eso –dijo el padre- Ni por una piedra lo querríamos. Dios mío, que hijo más inútil. Es más feo que un pie.

En ese momento, los secuestradores quedaron acojonados sin saber qué hacer. El pobre niño, que, como ya hemos dicho, no tenía nombre, se puso a llorar como un niño y sus padres hicieron como si nada hubiese pasado, siguiendo el transcurso normal del tiempo. Los secuestradores se dieron cuenta de que había gente peor que ellos y entonces, Thymós, irado, tuvo una idea de bombero. Metió la cabeza del niño sin nombre en una especie de caja de metal y con unos extraños mecanismos le deformó el rostro.
Lógos: ¡¿Pero qué has hecho, animal?! Tú no razonas, tío…
Thymós: Déjate de chorradas, joder. ¡¡Venganza!!
Epithymía: ¡¡Ooooh!! Dios santo, qué bien.
Lógos: Eres una zorra maloliente. Quítale ese aparejo metálico, Thymós, anda.
Entonces, surgió el Horror. Al quitarle la caja, se le vio el rostro al pobre muchacho. El ambiente se caldeó, la Tierra entera sintió un escalofrío de dolor y desgarro. El chico quedó tan espeluznantemente feo que los secuestradores se desmayaron al instante. El niño quedó un poco perplejo (sólo un poco) y se marchó bosque adentro, desesperado. Notó que todos los animales huían a su paso y los más pequeños se torcían y explotaban a causa de su faz horrenda. Como consecuencia, se quedó más solo que la una.

Y no es que pasaran demasiadas cosas hasta entonces. Él simplemente existió y creció, solo, alimentándose de frutas y de lo que encontraba. Pasaron cinco años y durante ese periodo se había hecho grande y ya no era un niño, sino un hombre hecho y derecho. Ese día, pero, cambió la vida del hombre para siempre. Siguiendo su monótona vida, se fue a buscar agua al riachuelo, pero se encontró con una extraña criatura pequeña en forma de hombre, pero pequeña, claro. Era un enano y estaba ahí tirado.
-¡Joder! –exclamó el enano- ¿Qué coño hago aquí tirado? Por el amor de Dios…¿Me he dormido? ¿Quién coño eres tú? Eres más feo que un pie, joder.
El hombre, al sentir esas palabras que para cualquiera hubieran sido una ofensa, se puso feliz, pues el enano no marchó corriendo. Fue el primer ser que no marchó corriendo al verle la cara. Rió.
-¡Coño! –exclamó el enano- Mira que llegas a ser feo, cuando ríes. Lo eres mucho más que cuando no ríes. ¿Cómo coño te llamas?
-No tengo nombre, pero me puedes llamar Hombre. –dijo el hombre- Mis padres me…
-Sí, sí, Hombre, te creo. Yo me llamo Oscar Joaquín Rodolfo, pero me puedes llamar Ruddolff. –se hizo una pausa de largo rato- Sí, sí, con estilo inglés, que queda más…más…más.
-Ah…De acuerdo. –Asintió el hombre- ¿Cuántos años tienes?
-¿Qué?
-Que cuántos años tienes.
-¿Yo? ¿Años? Tú estás chiflado. Yo no tengo años. –se hizo otra larga pausa- Bueno, en realidad sí tengo. 24. Sí, eso es, 24. (se hizo otra pausa) Oye, por cierto, eres auténticamente feo. Vamos a solucionar esto.
Entonces, el enano se fue a buscar algo para taparle la cara al hombre. Lo mejor que encontró fue un trapo sucio y podrido tirado por ahí en medio del bosque.
-Toma, feo. Ponte esto –el enano le dio el trapo asqueroso al hombre y éste se puso muy contento y alegre. Desde ese instante en que su faz ya no estaba a la vista, todos los animalillos del bosque empezaron a salir de nuevo y las plantas volvieron a crecer. El bosque volvió a ser un lugar digno.

Y fue en ese momento cuando se pudo oír alrededor el bosque un ruido sobrecogedor. De los arbustos espesos apareció una extraña figura (para variar) en forma de lobo y que llevaba un tablero de ajedrez debajo del sobaco. El tipo ese daba bastante miedo y parecía estar verdaderamente hambriento.

Y fue en ese preciso instante cuando, de golpe…

Continuará...

Juegos en el blog

Bueno, bourbonianos, os he metido unos juegecitos en la parte inferior derecha del blog. Hay el breakout (ese que eres una plataforma plana que se va empequeñeciendo y agrandando como le da la gana y tienes que empujar una bolita para que destroce a otras plataformas planas xD), una versión flash del The Legent of Zelda que he encontrado por ahí que estaba medio decente y el mítico Mario Bross, otra versión en flash. Ala, que os entretengáis.

lunes, 5 de enero de 2009

¿La vida es sueño?

Él es un chico inocente e ingenuo de esos que piensan que los sueños se pueden hacer realidad. ¿Sabéis…? Es muy buen tipo. Siempre gritando a la gente cosas como “¡si todos pensaran como tú, aun estaríamos en la Edad Media!” con muchísima rabia en su interior. Es de esos que un día de fiesta de cada cien se levantan a las nueve de la mañana para ir a almorzar con sus compañeros y hacer unas risitas y a la hora de la verdad se cagan en todo. Es de esos que cuando alguien dice “igualmente nosotros no podemos hacer nada” se les llena el estómago de mariposas y se sulfuran y no lo pueden aguantar. También es de esos que no se rinden aunque vayan perdiendo 4-0 y falten cinco minutos para el cierre del partido, y de esos que si oyeran a un loco diciendo que quiere ser astronauta, le alabarían. De esos que están en el otro lado de las rebajas en dónde todos les gritan y les contestan que se aparten de ahí. De esos que no les gusta la moraleja de La vida es sueño. De esos que están convencidamente seguros de que podrán llegar hasta el final de la meta que creen que tienen que seguir; que se maravillan, como Kant, de las estrellas en el cielo y del deber moral en su interior; que la palabra derrota está vacía y se esfuerzan en cuerpo y alma para llegar hasta su, inalcanzable para el sentido común, objetivo; que no hay dios ni amo ni verdad que les pueda impedir su convicción que todo lo transciende; que todo el mundo piensa de ellos que están locos de amor a las cosas. Es de esos que piensan que el mundo está enfermo y no ellos. ¿Qué es más enfermizo? ¿Luchar, gritar, soñar, querer…O todos sus contrarios?