domingo, 18 de enero de 2009

Segundo capítulo de El hombre que ríe

Bueno, burbonianos, ya está listo el segundo capítulo de las aventurillas del hombre y el enano (y el próximo personaje principal, que aparecerá dentro de muy, muy poco). Llega técnicamente unas tres horas tarde, pero bueno. Éste es. quizás, el peor capítulo de la primera temporada, pero es necesario para avanzar. A pesar de eso, espero que os guste.

EL HOMBRE QUE RÍE

Capítulo II: El lobo ajedrezista

De golpe se tranquilizó. Nuestros dos compañeros de fatigas pudieron observar algo raro en los ojos del pintoresco lobo. Parecía ciego, pues el claro color de sus ojos daba evidencia de ello. De sopetón se sentó al suelo con las patas cruzadas y se puso a montar el tablero de ajedrez más tranquilo que un camello metiendo las fichas minuciosamente en su respectivo lugar.

-¿Una partidita, chicos? –dijo tranquila y simpáticamente.

El hombre y Ruddolff se quedaron sorprendidos. Se preguntaron cómo podía jugar un lobo al ajedrez siendo ciego. No se pudieron aguantar.

-Perdone, señor lobo… -balbuceó el hombre- ¿Como puede usted jugar al ajedrez si es ciego?

-¡Bah! –respondió el lobito- No te preocupes por eso, joven. Mi padre me enseñó a jugar al ajedrez para ciegos cuando era pequeño. Era un lobo muy previsor, mi padre. Sí, eso es. Y bueno, ya sabéis… ¡Al final ha resultado servirme para algo!

El hombre y el enano aún se quedaron más extrañados. Se podían ver las pupilas del enano reducidas a un tamaño minúsculo y en su boca podrían haber entrado, por lo menos, tres árboles seguidos junto con una bola de billar de color verde.

-Dios santo, ¡pero qué frikada más enorme! –exclamó Ruddolff.

A pesar de ello, los tres se pusieron a jugar al ajedrez unas cuantas veces haciendo El Rey de la Pista. Eran tres.

Y Ruddolff, con su particular temperamento y cansado de perder todo el rato contra el maldito lobo, tuvo un pensamiento malicioso.

-Esta vez te voy a ganar –dijo.

-A mi no me lo parece –respondió el lobito bueno.

-A mí tampoco. –añadió el hombre.

-Tú, cállate, feucho. Vas a ver de qué pasta estoy hecho. –dijo molesto Ruddolff.

Entonces, cuando el lobo misterioso estaba apunto de hacer jaque mate, Ruddolff destapó la cara del hombre y el lobito bueno, al contemplar plenamente su rostro, explotó en mil pedazos. Tuvo una muerte efímera.

-No…-se desesperó el hombre- No puede ser…¡¡Ruddolff, eres un asesino!! –chilló horrorizado.

-Pero qué dices, feucho, si lo has matado tú. Eres tan feo que la gente revienta al verte. –Al pronunciar esas palabras, el hombre empezó a llorar, sintiéndose culpable.

-Venga, hombre, ¡que hay más días que longanizas! No te pongas así, que aquí estamos para pasárnoslo bien. –y le acarició la mejilla.

-Sí, sí…tienes razón, Ruddolff. –assintió. Por cierto, qué lobo más raro, ¿verdad?

-Sí, Hombre, sí…-dijo en tono cansado el enano, que no le importaba un rábano.

-Escucha… -dijo el hombre, dudando.

-¿Si?

-¿Por qué estabas ahí tirado en medio del bosque?

-Verás, Hombre…-suspiró- Mi tribu me ha echado porque dicen que no sirvo para nada…Pero yo ya me quería ir, ¿eh?, No te pienses que…-entonces estornudó como un fumador de Ducados- Ahora tendré que quedarme aquí en el bosque como un puto enano de mierda.. –se puso a llorar y el dramatismo se acentuó- Dios mío, ¡¿por qué me has abandonado?! –gritando al cielo, sus lágrimas aumentaron sin parar.

-Si quieres, puedes quedarte en mi ca…

-¿Sí? ¿De veras? ¡Qué bien! ¡Eres muy buen hombre, Hombre! –y entonces cambió su rostro empapado por uno de nuevo y alegre. El hombre sonrió.

-Coño, no rías, joder, que eres más feo que un pie. –el hombre asintió- Venga, no te ofendas, Hombre…que no es tu culpa. –el hombre volvió a sonreír- Joder, ¿qué te tengo dicho? A pesar de tener la cara tapada, tu fealdad es inaguantable. –el hombre volvió a asentir-.

La convivencia entre el enano y el feo iba bien. Ruddolff se apoderó de todas sus pertenencias y se autoproclamó jefe de la casa del pobre hombre y a éste le obligaba a hacer las tareas sucias amenazándole con un látigo. Un día, para sorpresa de todos, alguien llamó a la puerta de su casa rompiendo la tranquilidad del hogar. ¿Quién podía ser, que tuviera el valor de adentrarse en esos lares de fealdad?

Continuará...

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