viernes, 23 de enero de 2009

Cuarto capítulo de El hombre que ríe

Esta vez he tardado más de lo habitual, pero al fin llegamos a más de la mitad de la primera temporada.
Alguien me preguntó algo acerca del término guiles en el primer capítulo. Sí, es una referencia a los juegos de Final Fantasy. En este mundo más o menos imaginario y abstracto de El hombre que ríe se usan los guiles como moneda.
En el próximo capítulo, el quinto ya, añadiré un resumen de los cuatro capítulos anteriores para que no os perdáis con esta trama tan lamentable. ¡Espero que os guste!

EL HOMBRE QUE RÍE

Capítulo IV: Death & Rebirth

-¿Qué coño hacéis dengtro de mi badco? –dijo el hombre barbudo con la ampolla de vidrio.
-Cállate, pesado. –reprochó Ruddolff- ¡A toda vela, bribones!
Entonces, el hipopótamo y el hombre se quedaron quietos en plan rigor mortis, como si estuviesen clavados en la madera.
-Pero estamos robando…Mi madre siempre me dijo que robar estaba mal… -dijo indeciso el hombre con una cara estúpida.
-Me cago en Dioz…-dijo el hombre borracho, borracho y ceceando- ¡Ezte bagco ez mío! ¡Zalid!
-Mira, tío… –le contestó Ruddolff, amenazador- ¿Quieres callarte de una vez? Eres un pesado. Ahora vendrán los Melocotones No-sé-qué, así que este barco es mío. Causa-consecuencia. ¿Lo entiendes, borracho? Espero que al menos nos ayudes a llevar el barco, faltaría más.
-¿Tú te haz vuegto loco o qué? Me gobáis mi badco y encima queguéis que…
El enano no dejó acabar la frase del borracho. Le cogió la cabeza y le empezó a dar golpes contra el mástil mayor sucesivas veces y, para sorpresa de todos, en vez de salir sangre de su cabeza, empezaron a chorrear ces, zetas, vino y ron con ligeros toques afrutados. Cuando se aburrió, lo tiró al mar como un trapo sucio.
-¿Pero qué haces, Ruddolff? –le preguntó el hombre- ¿Ahora quién conducirá?
-Tú, además de ser feo, eres tonto de remate, vamos. ¿Qué te piensas, que esto es un coche o qué?
-Bueno, yo…
-Cállate, que al final te voy a tirar a ti al mar, joder. Es que hay que ser feo, feo.
Y el pobre hombre se ofendió y lloró sin parar. Estuvo tres horas amarrado en la proa del barco con los brazos tumbados en la valla mientras los otros dos estaban comentando la jugada en sus habitaciones, riéndose de él. El hombre les sentía perfectamente y se puso a llorar más con más intensidad. Encendió un cigarrillo en plan nostálgico, pero el muy burro se lo encendió del revés y lo tuvo que tirar. Su lamento se intensificaba más y más a causa de ello.
-¡Cállate y déjanos dormir, feucho! –gritó Ruddolff desde su camerino. Entonces se oyeron unas risitas de él y del hipopótamo.
Ya en la desesperación, el desgraciado hombre se fue a su camerino. En ese momento, el enano hizo salir al hipopótamo a la cubierta sigilosamente.
-Ven, hipopótamo. Te enseñaré una cosa.
-Valeeee –dijo feliz, en voz baja.
Una vez a la cubierta, el enano descargó toda su rabia y odio y puso un pañuelo con cloroformo a la boca del hipopótamo. Cuando estuvo dormido como un tronco, ató su pata con una cuerda y empujó su cuerpo cerca de la popa. En el otro extremo de la cuerda ató una piedra de dimensiones semejantes a la de una televisión envuelta en una bolsa de basura llena de bolas de villar verdes. Acto seguido tiró la piedra en cuestión al agua y el pobre hipopótamo se fue a pique y Ruddolff se dirigió tan tranquilamente a la cama a dormir, como aquél que no sabe nada.
Y llegó un nuevo día para nuestros aventureros, ahora reducidos a la mínima cifra de dos.
-¡Qué buen día hace hoy! –exclamó alegremente el hombre- ¡Vamos a jugar a pelota, hipopótamo!
No apareció respuesta.
-Hi-po-pó-ta-mo?
Tampoco apareció entonces.
-Está muerto y enterrado. –dijo Ruddolff más tranquilo que un camello.
-¡¿Por qué?! ¡Eres un mal nacido, Ruddolff! –grito el hombre, desesperado- ¡No tenías ningún derecho! ¡¿Por qué lo has tirado al mar?!
-La verdad…-contestó vacilante- no lo tengo muy claro. Nos lo estábamos pasando bastante bien y de repente…me apeteció. Y para de quejarte todo el santo día o te tiraré a ti, al final, feucho.
La horrenda faz del hombre se deformó catastróficamente a causa de su rabia y el trapo sucio no servía para nada en ese momento, pues su rostro era tan inconmensurablemente nauseabundo que nada ni nadie podía censurarlo.
-Venga, hombre, ¡que aún tenemos que pasárnoslo muy bien! –dijo el enano tratándole de animar- no quiero malas caras en mi barco, ¿vale? –con un toque de voz cálido y acogedor.
Sí…-le contestó el hombre, decepcionado.
Y Ruddolff se puso a cantar una apestosa canción más horrible que la de Berni, el osito enamorado.
-¡Un buen enano soy! ¡Navega, navega, navega fondo a babor!
–intensificó el canto y estaba metido de lleno en la piel de un pirata valiente, barbudo y bravo, sí- ¡atraco barcos, mato gente! ¡Saquea, saquea, saquea mucho y mucho! –su canción estaba incrementando el grado de penosidad progresivamente. Al final se dio cuenta de ello y cesó. Hubo un largo silencio ceremonial. Y después, la gloria.
-¡Feo! –gritó- ¡Feo! ¿Dónde coño estás? ¡Tierra a la vista, feucho!
Mientras le gritaba, el hombre estaba rompiendo bolitas de plástico para embalsamar materiales frágiles dentro del camerino, triste y solitario. Pocos minutos después, desembarcaron en una isla que parecía ser desierta, pero para sorpresa de todos, apareció a su espalda una sombra con alas de dimensiones considerables. Los dos aventureros se giraron, pero sólo podían ver el relevo de la masa que se les cernía encima, pues la luz del sol los cegaba.
-¡Hey, chicos! –dijo el cuerpo desconocido- ¡Perdonadme! ¡Me había perdido y me ha llevado tiempo encontrar el camino!
Continuará...

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