jueves, 29 de enero de 2009

Sexto capítulo de El hombre que ríe

He estado resfriado y con fiebre y no tuve demasiado tiempo para pasar el capítulo seis, pero aquí está. En teoría este debería ser el penúltimo de la temporada, pero he añadido las escenas policiales y creo que podré alargarlo algún capítulo más. No sé si mola demasiado eso de los policías... Era para hacerlo más heterogenio. Si es un fastidio, decídmelo sin dudas xD

EL HOMBRE QUE RÍE

Capítulo VI: El desgraciado vendedor de moniatos

-¡Anda, tengo un regalo! -Exclamó el enano, sorprendido.
-¡Anda, y yo! –contestó el hipopótamo.
-Anda, pues yo no tengo nada… -dijo decepcionado el hombre.
-A ver…qué será… -Ruddolff abrió el paquete con agresividad- ¡Una mierda de paraguas-espejo! ¿Pero qué coño…? Por regalar esto, mejor haberme dado el dinero.
El hipopótamo se ofendió, pero enseguida recobró fuerzas al ver el regalo hecho por Ruddolff. Era algo inexplicable, una mezcla de arena y madera unida y cortada indiscriminadamente y pegada a unas bolas de latón. Podía haberse camuflado perfectamente en el museo Georges Pompidou.
-¿Qué? ¿Te gusta? –le preguntó el enano seguro de sí mismo con una sonrisa enorme.
-¡Síííí…! –balbuceó el hipopótamo con una voz mezclada de babas y estupidez.
-¿Y yo? ¿Yo…? ¿Por qué no tengo ningún regalo? –se quejó el hombre. En ese momento todas las luces se apagaron y un foco de luz circular le iluminaba dramatizando la escena.
-Porque eres feo. –dijo el enano más tranquilo que dos tortugas copulando.
-Lo siento, hombre… -trató de disculparse el hipopótamo- es que nos hemos olvidado de ti.
Mientras Ruddolff y el hipopótamo estaban jugando con sus regalos (vete a saber cómo), el hombre estaba arrodillado en la playa llorando con el foco circular iluminándole. Le habían matado a disgustos una y otra vez y sus defensas psicológicas estaban hechas polvo. En ese instante, se estaban riendo de él a una distancia considerable. Lo habían hecho adrede, eso de los regalos mutuos, los muy cabrones.

Mientras tanto, a unos cuantos kilómetros de allí, en un cuartel de policía de mala muerte se estaba llevando un caso bastante relacionado con el Trío Calavera. En el despacho del superintendente general Pepino, un hombrezuelo con espeso bigote y una barba como una catarata, estaban él y dos tipos más, los cadetes Biggs y Wedge, el uno muy alto y el otro muy bajo.
-¡¡Es de ser inútiles, ¿eh?!! –gritó como un tractor el superintendente Pepino- Siempre hacéis lo mismo. Sois el hazmerreír del cuartel. Por vuestra culpa, nuestro ranking está por los suelos.
-Lo siento, jef… -trató de disculparse Biggs.
-Cállese, cadete Biggs, cállese…
-S… -trató de responderle otra vez en vano.
-¡Que se calle, joder! – respondió salvajemente mientras rompía su escritorio de un puñetazo. Ese acto desencadenó un extremo sudor en el cuerpo de Wedge, el tipo bajo. Su cara estaba roja como el atardecer y no podía parar de mover las piernas. Estaba realmente asustado.
-Manténgase firme, cadete Wedge. –le animó Pepino.
Entonces entraron dos personas más. Un tipo más delgado que un suspiro y una mujer rubia con un lunar debajo del ojo izquierdo.
-Parece que todo está relacionado, jefe. –dijo la mujer con voz segura- Los tres presuntos secuestradores tirados delante de la casa de los Smith, la despoblación de los animales del bosque Chin-Chin por largos años, la muerte del famoso ajedrecista en forma de lobo y voz de lobo y órganos de lobo, la desaparición del hombre del barco 00X3Z que iba todo el día borracho…-se motivó- Todo esto sigue unos parámetros lógicos, jefe. ¡¡Esto no es una coincidencia!!
-Bien, teniente Bajirül. Cálmese. –dijo el superintendente- ¿Quiere abrir una investigación? Capitán Filomena, ¿tiene algo que objetar? –refiriéndose al tipo más flaco que un insecto-palo que acompañaba a la mujer.
-Hmmmrrmmmm… -le costó pronunciar- N…N…
-¿Capitán Filomena?
-¡No! –respondió al fin el capitán después de su lucha contra el silencio a capa y espada.
-Bien, pues. –dijo el superintendente- Vamos a atrapar a ese asesino en serie. Os dividiréis en dos grupos. El equipo A, Biggs y Wedge, irán a interrogar a los Smith. El equipo B, Bajirül y Filomena, váyanse a investigar por el bosque. ¿Entendido?
-¡Sí, jefe! –respondieron todos menos el capitán Filomena.
-¿Capitán Filomena? –preguntó el superintendente.
-S…S…
-¡Eso es, venga, usted puede, capitán! –le animó Biggs.
-¡Sí! –al fin pudo decir.

Volvamos otra vez al Trío Calavera, que se fue en busca de comida, pues sus estómagos estaban sedientos. Al cabo de unos minutos se percataron de un olor. Mientras se iban aproximando, el olor incrementaba, como era de esperar. Oyeron también la voz de un tipo.
-¡Moniatos, moniatos! ¡Tres guiles el quilo! ¡Moniatoooooos! ¡Buenos y baratos, moniatos! ¡Compren, compren! –Ruddolff le observó con sorpresa. ¿Qué hacía un tipo allí vendiendo moniatos en una isla aparentemente desierta? Pero los otros dos no se preguntaron nada de eso y acudieron sin demora a la llamada del vendedor. Éste tenía un montón de moniatos quemados y podridos a cuatro pasos de la brasa.
-Buenos días, señores. ¿Cuántos serán? –preguntó el vendedor.
-Para mí…tres…-dijo vergonzoso el hombre.
-Perdone… –intervino Ruddolff- ¿Qué coño hace usted vendiendo moniatos en un lugar como este?
-¿Estás loco, estimado cliente? ¿Que no ves la faena que tengo? ¡Hasta los huesos de faena! Venga, venga, ¿cuántos queréis? ¡No dejéis escapar esta oportunidad, que están de oferta y van escasos!
Al final resultó ser que el vendedor se había vuelto loco por su fracaso matrimonial con una mujer-moniato, hija de una mujer y un moniato. Hacía moniatos y, acto seguido, los tiraba al montón. La mercancía la sacaba de un compañero suyo que traficaba con moniatos desde Rusia con amor y su familia se había dedicado en ello desde tiempos inmemoriales.
-Si queréis ir en busca de aventuras –añadió el vendedor loco- subid a su barco. Mañana, casualmente, me traerá más mercancía ilegal.
Continuará...

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