lunes, 2 de febrero de 2009

Octavo capítulo de El hombre que ríe

¡Muy buenas, bourbonianos! A partir de este octavo capítulo, El hombre que ríe no sigue como en la edición catalana del 2005. He preferido alargarlo y cambiarlo sustancialmente porque la cosa era demasiado homogenea, así que tendréis más primera temporada, y novedosa.
Esta vez los agentes de policía se encontrarán con una tensa y sangrienta situación. ¡Que lo disfrutéis!

EL HOMBRE QUE RÍE

Capítulo VIII: Crónica de una muerte para nada anunciada

Y el enano, el hombre y el hipopótamo no se lo pensaron dos veces y esperaron a que llegase el traficante de moniatos ilegales desde Rusia, ya que no tenían nada más que hacer. Durmieron al raso cerca del vendedor de moniatos y a causa de eso la noche tuvo un ligero toque a moniato quemado, pero generalmente se durmió bien. El hombre fue el primero en despertarse con la luz del sol. Alzó la cabeza y su repugnante faz estaba infestada de luz y no veía nada. De repente, al sol le apareció una boca y gritó:
-¡¡¡Feo!!!
El grito que emitió el hombre hizo que el enano y el hipopótamo se despertasen.
-¿Qué coño…? –renegó Ruddolff.
-¿Tan temprano y ya juegas al Chillón, hombre? –preguntó alegremente el hipopótamo con otra risa de disco rayado. Entonces Ruddolff localizó un objeto en el horizonte.
-¡Mirad! Es el barco ruso. Tengo un plan, chicos –les advirtió mientras ellos eran todo orejas- Primero de todo, taparemos por completo la cara del hombre con una cazuela y, por la noche, subiremos al barco y le sacaremos la cazuela cuando todos los tripulantes estén fuera. ¡Toda la tripulación se irá a pique y nos apoderaremos del barco!
Lo hicieron por democracia y los votos fueron dos contra uno. Mayoría absoluta. Pero el Trío Calavera no tenía ni idea de que el capitán del barco, Vladimir Yevgeriy Rusenko Mostovsjrata Partanov hijo (al que sus compañeros le llamaban simplemente V.Y.R.M.P. Junior) estaba misteriosamente escuchándolos bajo tierra con una caña de bambú.
-¡Juas…! –dijo confiado Vladimir Yevgeriy Rusenko Mostovsjrata Partanov hijo- ¡No tienen ni idea de qué calaña estamos hechos, porque somos ciegos! ¡Toda la tripulación! ¡Si hacen algún movimiento sospechoso, los esclavizaremos y los mandaremos a hacer butifarras toda su miserable vida! ¡¡¡Muahahahahahaha!!! –y rió tan fuertemente que se pudo oír desde fuera, pero nadie se dio cuenta.

A unos cuantos kilómetros de allí, en el bosque antes mencionado, se encontraban Bajirül y Filomena.
-No hay nada que hacer, Capitán. –dijo con desánimo la teniente- Está todo hecho un desastre.
-Ya. –respondió Filomena con una voz diferente- ¡Estos melocotones de hoy en día…! Qué bromistas, ¿eh? –añadió con una mueca ridícula.
-¿Y esa ligereza en el habla? –preguntó la teniente.
-No sé. Ya lo irás notando. Por eso me llaman Random.
-¿Random? –preguntó extrañada. Entonces sonó el móvil de Filomena con la música de Berni, el osito enamorado, cosa que provocó la indignación de la teniente.
-Buenas, jefe. Sí, ya sabes que voy cambiando de vez en cuando. Eso, eso. Entendido, de usted. ¿Si? No…No, no, qué va. Bueno, esta vez…Ya veo. Ya veo…No, si yo…Sí, claro, claro. –Bajirül se estaba impacientando, pues ya llevaban quince minutos hablando de tonterías- Sí. No, no, qué va. Esto…No sé, jefe. Podríamos ir alguna vez. Ahí, ahí. ¡Ahí le has dado, jefe! Sí, de usted, ya…Es que tengo poca memoria. Bueno. Sí. Ya veo…¿Sí? No, no, qué va.
-Capitán, -le llamó la atención la teniente, muy furiosa- ¿de qué coño están hablando tanto rato?
-Venga, mujer, no seas así. –dijo el capitán- Hacía mucho tiempo que no hablaba con Pepino. –y se puso otra vez al teléfono- Sí, jefe, sí…
-¡Es tu maldito jefe! ¡No le llames de ese modo! –y al fin, el capitán colgó.
-Hay que ver lo difícil que es trabajar con mujeres… -comentó para él Filomena, levantando ligeramente la cabeza hacia arriba.
-¿Pero cómo se puede llegar a ser tan mezquino de la noche al día? –se desesperó Bajirül.
-Vamos, mi teniente. -le comentó el capitán con voz suave y agradable- Tenemos trabajo que hacer.
-¿Eh? Sí… -y se le enrojecieron las mejillas a la teniente.

-¡Wow! –pronunció Wedge escondido en un arbusto junto con Biggs, que después de correr tanto llegaron hasta Bajirül y Filomena. –¡Qué historia de amor tan bella…!
-Se puede saber qué hacemos aquí escondidos? –preguntó Biggs.
-¿No te da morbo que esos dos estén liados, Biggs? –preguntó con cara de ansias Wedge.
-No es asunto mío y además te lo estás inventando.
-¡A ti te gusta la teniente, dominguero!
-No soy ningún dominguero. –dijo Biggs más tranquilo que Iniesta en una rueda de prensa- Y no me gusta la teniente. Vamos. –y se levantó hacia ellos.
-¡Eh, espera, Biggs! –le siguió Wedge.
-Veo que has vuelto a la normalidad, capitán –le respondió inexpresivo Biggs.
-¡Eso es, estoy mejor que nunca, y con mi teniente ladrona no hay quien me pare!
-¡¿Ladrona?! –se molestó la teniente.
-¡Eso es, teniente! –exclamó Filomena- ¡Que me has robado el corazón!
-Capitán, se está comportando de un modo inadecuado para su rango. –dijo con las mejillas un poco rojas.
-¡Venga ya, teniente! –se incorporó Wedge con ganas de fiesta, que se había olvidado del disparo en la pierna- ¡Es demasiado formal!

En ese mismo instante, el señor Smith se aposentó en un monte cercano a los cuatro policías y con un rifle de francotirador los apuntó. Tenía un rostro muy motivado, creyéndose experto en la materia. Estaba mirando con el objetivo del arma, donde se podían ver a los agentes en un tamaño enorme.
Apuntó.
Disparó.
Se oyó un ruido estremecedor…
...De una cabeza explotar, bañándolo todo de sangre.
Continuará...

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