Un cigarrillo clavado en uno de los cuatro agujeros del cenicero, consumiéndose solo, podría ser una buena metáfora de su vida. Quiere ser feliz con todas sus fuerzas y, sin embargo, la rutina puede más que él. Harto de fumar la misma mierda, de escuchar la misma música, de ver la misma gente, de hacer los mismos pasos, de uno mismo, de hartarse. Siendo pequeño oyendo una conversación de adultos, siendo mayor oyendo una de pequeños. Solo, recortado, mudo, silenciado, callado, torcido, más triste por no sufrir que no por reír y sufrir, acompañado sólo con palabras escritas que su mente materializa, sin motivo, ni causa ni sentido. Su vida sigue, o no, no lo sabe con certeza. Escuchando las voces de la gente en un bar, el ruido de las tazas y de las cucharas de café, convencido de no tener razones para nada. Viendo como las agujas del reloj avanzan, preguntándose porqué. Se ha vuelto tan frío…sin saber si es él, los demás o todo a la vez. En realidad sin saber nada. ¿Quedarse? ¿Por qué? ¿Huir? ¿Hacia dónde? ¿Aprender a tocar la guitarra? ¿Para quién? Sin sitio ni destino, la tinta del bolígrafo se le va acabando. Me inspira lástima.
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